domingo, 29 de junio de 2008

De las tres cosas que pensé

De las tres cosas que pensé cuando se descompuso el camión en el que iba a viajar de Acapulco al Df y me dieron boletos para ir en uno de superlujo que llevaba cuatro pantallas de plasma y asientos-cama:

1.- "Ni en sueños lo soñé"

2.- "Me hubiera lavado los pies (y puesto talco)"

3.- "¿que van a decir de mi en el círculo anarquista?"

miércoles, 18 de junio de 2008

El mexicanito ante la institución

En el perfil del hombre y la cultura en México Samuel Ramos nos habla de algunos de los principales complejos del mexicano, el libro fue escrito iniciando el S XX, pero en algunos prototipos podemos ver permanencias actuales.
Tiene ya un rato que leí el libro, recuerdo dos de las caracterizaciones que apunta, la primera es la del mexicano de ciudad, donde dice que quien pertenece a la ciudad se siente superior a quien pertenece a la zona rural y esto es contestado con un sentimiento de inferioridad por quien viene del campo. Esta mentalidad que persiste como dominante se alimenta de la unión del paradigma del progreso unido a la ciudad y estos dos separados del campo. Esto es, la ciudad implica progreso: tecnología de punta, comida rápida, artículos desechables, la posibilidad de conseguir lo que se necesite a la vuelta de la esquina… paralelamente se ignora que para todo esto se depende del campo, pues es donde se generan las materias primas y los alimentos. Todo esto sin contar que actualmente la ciudad se autodestruye y tiene que buscar opciones para proporcionar los servicios más básicos a la población, evitar el hacinamiento, combatir los cinturones de pobreza, etcétera.
La segunda caracterización es la del “valedor” (o un similar) que hace referencia a quien materialmente no posee nada, es un desposeido, ni tiene preparación académica, pero encuentra el mayor orgullo en su hombría, haciendo referencia a esto con expresiones como: “pues yo no habré ido a la escuela, pero tengo muchos huevos”.
La caracterización del valedor como “desposeido orgulloso” coincide con la que comúnmente se hace del “macho mexicano”. Primero hay que aclarar que Samuel Ramos construye estereotipos, clasificaciones por las cuales se puede mediar con la realidad, y no es que plenamente alguien coincida con todos los rasgos señalados y no tenga alguno más.
En diversas regiones de México son resaltadas varias de estas actitudes como formas de vida ideales, en cuanto que el hombre debe ser bragado, temerario, orgulloso, cobrarse las afrentas mediante la palabra y después mediante las armas. Las personas que coinciden con este estereotipo pueden ser sumamente violentas si se les trata dentro de la misma lógica que ellos manejan, con algo mediante el insulto directo. Por el contrario, y esto me parece increíble, es común que asuma aire de inferioridad cuando se encuentra con alguien dentro de una lógica institucional, empequeñeciéndose cuando se choca directamente. Esto es, si el sacerdote lo insulta directamente, está en el plan de hombre-hombre y se puede devolver el insulto, pero si este adopta un aire paternalista y usa eufemismos, entonces será imposible afrentarlo.
Quizá se deba a que el “valedor” no conoce o le parece muy compleja la burocracia que respalda a la institución, o sea apabullante el simbolismo que la respalda, pero es muy visible la sumisión que se obtiene cuando un “licenciado” le da su confianza a un jornalero. Un ejemplo puede verse en la sumisión completa de Pancho Villa a Madero, al cual le lloró contándole su historia y contra el cual nunca actuó directamente, sino que cuando Madero mandó encarcelar a Villa este último le mandaba cartas explicando la situación y pidiendo su intervención.

lunes, 9 de junio de 2008

¿Muy machito no?

Desde siempre he tenido conflictos con lo masculino y lo femenino, aunque se que es una construcción social sigue atormentándome. Creo que en algunos aspectos soy muy femenino, dentro de la idea social de que demostrar los sentimientos, ser visceral y reconocer la belleza en una persona del mismo sexo es de mujeres. A la vez soy muy hombre, mi vasto gusto por las mujeres, mi territorialidad y mi reciente complejo de ser “el proveedor”.
No quiero entrar a un análisis profundo, ya lo he hecho interiormente y considero que esta construcción de lo femenino y lo masculino la traigo muy integrada como para quitármela por medio de la razón, simplemente la he dejado a un lado y aunque en el fondo me importe, intento hacer como que no.
Tomar leche y que se me quede embarrada en los labios, comer cualquier cosa con forma fálica (salchicha, plátano, longaniza), bailar con demasiados meneos y usar pantalones ajustados se me hace de plano el colmo de la feminidad. En cambio pelearse con alguien más fuerte, montar a caballo, tener un cuerpo robusto con buena forma y adoptar un aire mitad arrogante mitad ausente se me hace muy de hombres.
Bueno, no es una declaratoria de principios, es una introducción para esta canción que cada vez que la escucho me hace sentir muy hombre: